A finales del siglo IV a.n.e. una profusión de retratos de Alejandro Magno fueron creados respondiendo a la necesidad de dar a conocer en todos sus dominios la figura del conquistador de forma heroizada. El escultor griego Lisipo, favorito de Alejandro, creó una nueva categoría en el retrato al popularizar la imagen del emperador con rasgos propios, pero vinculada a un nuevo concepto de búsqueda o unión con la divinidad. Esta cabeza de Alejandro refleja el estilo de la época mediante el tratamiento del cabello con rizos muy bien diferenciados del rostro y que lo enmarcan a manera de corona. Una mirada dirigida a un punto distante y un giro leve de la cabeza en ese mismo sentido apuntan hacia su destino divino. Aunque con reconstrucciones posteriores de la nariz y otras escoriaciones en la superficie del mármol, esta cabeza, que debió pertenecer a una escultura de gran talla, es un logro de los copistas romanos, ávidos de reproducir la esfinge del divino Alejandro.